Tepuyes: paraíso que ha vuelto a sus dueños ancestrales

14:23:00

En estos días, a Don Alfonso Ortega le brillan los ojos más de lo normal. Él es uno de los fundadores del barrio Las Orquídeas, poblado colono del alto Nangaritza que en cierta época fue, junto con las comunidades shuar de esa región, el epicentro de una lucha por la tenencia de la tierra. Hoy, tras una espera que se sintió eterna, ese conflicto terminó.


Ese brillo no es en vano. Su empeño para que los objetivos de la organización a la que dirigió se cumplan se nota en las arrugas de su cara. Su hijo Walter, actual presidente de la Asociación de Trabajadores Autónomos San Miguel de Las Orquídeas (ATASMO), escucha con atención y asiente cuando su padre narra las peripecias del arribo a Nangaritza 19 años antes, y aquellas propias del proceso de adjudicación de las 1 462 ha del área de conservación colono-shuar Los Tepuyes, que el 10 de julio de 2014 les fueron entregadas por el Ministerio del Ambiente (MAE), pero que han sentido como suyas desde que llegaron a esos lares.

Igual entereza distingue a Francisco Kukush, presidente de la Asociación de Centros Shuar Tayunts (ACESHUT), a la que corresponden 2 743 ha que han sido parte de su territorio ancestral desde mucho antes de la llegada de los colonos.


Ahora, ambas asociaciones comparten la administración de Los Tepuyes, hogar de una gran colección de plantas y animales, varios de ellos nuevos para la Ciencia, como lo demuestra el hallazgo, en solo 15 días de exploración, de 28 nuevas especies, entre plantas, insectos, anfibios y reptiles. Irónicamente, fueron los conflictos por la propiedad de ese paraíso lo que mantuvo a colonos y shuar distantes por largo tiempo, con rivalidades similares a las de una historia del viejo Oeste, con la diferencia de que en esa esquina verde de Zamora Ch., un final feliz sí fue posible.

Una lluviosa noche de julio, Don Alfonso me recibe en su casa, en Las Orquídeas. Afuera llueve a cántaros, y debo pedirle que levante la voz para no perderme los detalles de su historia. Oriundos de Azuay, los Ortega llegaron a Zamora Ch. en 1995, luego de varias penurias al atravesar la otrora selva impenetrable y navegar a través del río Nangaritza a ritmo de bote de palanca. “Todo era selva. Vinimos por mejores tierras y las encontramos. La pesca era abundante. En media hora, sacábamos quince libras de corroncho, y no necesitábamos armas para cazar: con perros y un buen machete era suficiente. No teníamos caminos ni electricidad. Todo lo hicimos con mingas. Supimos que si no nos uníamos, no lograríamos nada”, dice Don Alfonso, y su mirada se pierde en la pared de agua que no ha cesado de caer.


No es difícil imaginar las penurias de los primeros colonos en el alto Nangaritza, ni tampoco la presión que la colonización de esas tierras significó para los Muraya Shuar (los shuar de la montaña), quienes juzgaron las costumbres y usos del suelo de los colonos, incompatibles con los saberes locales, y como una amenaza para su cultura. Actualmente, los shuar, en Zamora Chinchipe, están en varios centros montaña adentro, y también en los márgenes de los ríos Nangaritza y Numpatakaim. Según algunas investigaciones, es posible que la ocupación shuar de esas zonas se haya originado hace más de seis generaciones tras la salida de Gualaquiza y Yantzaza, por conflictos con otras comunidades, alianzas familiares, crecimiento poblacional y movilidad territorial.

Se dice que el libro “Un viejo que leía historias de amor”, de Luis Sepúlveda, se inspiró en una estancia de varios meses en esta zona, de la cual 130 mil ha serían declaradas Bosque Protector Alto Nangaritza en el 2002, para proteger la única conexión natural entre los Andes, representados por el Parque Nacional Podocarpus, y la Cordillera del Cóndor. Su creación inició un complejo proceso de organización territorial y serias tensiones sociales, que acabaron con el desmembramiento de fincas privadas y el acuerdo final entre el MAE, gobiernos locales, shuar y colonos para crear el área de conservación colono-shuar Los Tepuyes (Mura Nunka, en shuar), llamada así porque esas montañas de cimas planas y paredes verticales son similares geológica y biológicamente a los Tepuyes venezolanos.


No puedo evitar preguntar a Walter, también presente, y a Alfonso Ortega qué mantuvo a la ATASMO a flote en estos ocho años de trámites para la adjudicación de la tierra. Don Ortega sonríe con gratitud y recuerda que nunca se sintieron solos, pues tuvieron el apoyo de varias entidades que ayudaron a colonos y shuar por igual. Ambos reconocen, el apoyo de Naturaleza y Cultura, con la que andaron ese sendero de gestiones desde el 2009. “La gente se nos reía. Se burlaban y decían que no seríamos dueños de estas tierras. Ahora sabemos que los sueños se cumplen si se lucha por ellos. Todos estos años de espera y unión valieron la pena”, añade Walter, cuya labor al frente de la ATASMO fue fundamental para mantener unido al grupo cuando cada nuevo trámite parecía hacer flaquear las fuerzas de todos.

Días después (10 de julio), las palabras de Francisco Kukush retumbaban en la cancha multiuso de Las Orquídeas: “La minería no es el único camino hacia el desarrollo. Debemos agotar todas las alternativas posibles antes de optar por explotar nuestros recursos, lo cual, como ya conocemos, ha traído contaminación para muchos y riqueza para pocos”. La energía que Francisco proyecta es la de un líder. Más que dar gracias, sus palabras reivindicaban a su pueblo, por años olvidado y acorralado por el colonialismo entre esas montañas de arenisca, de una belleza sobrecogedora, y último refugio del pueblo shuar de Zamora Chinchipe.

“Los shuar elegimos conservar nuestra tierra. Así ha permanecido desde antes de nuestros abuelos, y seguirá intocada por decisión nuestra”, según Kukush. Con el júbilo de un centenar de shuar apoyándolo en el acto de adjudicación, comprometió la adhesión de Los Tepuyes al Programa SocioBosque, del que ya forman parte 20 mil hectáreas de la Reserva de Caza y Pesca Chai Nunka. Con una meta similar, y con miras a desarrollar un proyecto de turismo comunitario, la ATASMO también ingresará toda su área a SocioBosque.

Esta adjudicación es un ejemplo de la importancia de la participación local en la creación de áreas protegidas, sobre todo cuando la tenencia de la tierra no está bien definida, y el ordenamiento concertado del territorio es primordial para garantizar derechos colectivos y el desarrollo de los grupos humanos que dependen de ellos. Hay que superar la mera consulta y analizar críticamente las opciones, adaptándolas a lo local, con entes que escuchen a los beneficiarios y se conviertan en una especie de guía para disipar la incertidumbre propia de todo proceso de cambio.

Ocho años después, los Mura Nunka están finalmente en las mejores manos.

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